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FIESTA PATRONAL DE SANTO TOMAS APOSTOL  (JULIO 3 DE 2022)

MONICIÓN DE ENTRADA

Buenos días (tardes, noches) queridos hermanos. Les acogemos con gozo en la casa de Dios para celebrar la Santa Eucaristía en el XIV Domingo del tiempo ordinario.

El domingo pasado la liturgia nos hacía énfasis en la vocación, el llamado de Dios a una misión en su proyecto de salvación. Hoy nos envía a misionar, a llevar esa Buena Nueva de salvación a aquellos que aún no le conocen.

Dispuestos a ser obreros del Señor en su viña, comenzamos esta Santa Eucaristía en la que la comunidad Parroquial de Santo Tomas Apóstol celebra la fiesta de su Santo Patrono, famoso por el episodio en el que se resiste a creer en la resurrección del Señor, siendo por ello símbolo del hombre que en su lento caminar hacia la fe, reafirmemos nuestra fe en Jesús, la fe que nos ha llegado por el testimonio de los apóstoles y evangelistas. También para conmemorar el año más de nuestra comunidad Parroquial que desde el primer día que registran nuestros libros parroquiales el 8 de diciembre de 1965 (Bautismos) está confirmando esta fe que sembraron nuestros antepasados.

Y para mejor hacerlo, comencemos la celebración de la Eucaristía pidiendo perdón a Dios porque nuestra fe y nuestras obras no siempre van unidas y nuestro apostolado cristiano deja mucho que desear.

Con alegría y llenos de mucha gratitud empecemos esta fiesta como hermanos.

 

MONICIÓN ÚNICA PARA TODAS LAS LECTURAS

El profeta Isaías nos presenta, en la primera lectura, una descripción encantadora de Jerusalén, que, como una gran matrona, espera a que sus hijos regresen del exilio y se concentren en su regazo para consolarlos.

La alabanza que resuena en el salmo bien podría estar motivada por la alegría de ese reencuentro. El evangelio de Lucas, en cambio, nos dice que la Iglesia –la Nueva Jerusalén–  no esperará a que sus hijos vengan a ella, sino que saldrá a los caminos para anunciarles la paz que llega con el reinado de Dios.

Escuchemos atentos esta buena noticia.

 

PRIMERA LECTURA

Lectura de la profecía de Isaías (66,10-14c):

Festejad a Jerusalén, gozad con ella,
todos los que la amáis;
alegraos de su alegría,
los que por ella llevasteis luto;
mamaréis a sus pechos
y os saciaréis de sus consuelos,
y apuraréis las delicias
de sus ubres abundantes.

 

Porque así dice el Señor:
 

«Yo haré derivar hacia ella,
como un río, la paz,
como un torrente en crecida,
las riquezas de las naciones.
Llevarán en brazos a sus criaturas
y sobre las rodillas las acariciarán;
como a un niño a quien su madre consuela,
así os consolaré yo,
y en Jerusalén seréis consolados.
Al verlo, se alegrará vuestro corazón,
y vuestros huesos florecerán como un prado,
se manifestará a sus siervos la mano del Señor».

Palabra de Dios.

 

SALMO RESPONSORIAL

Aclamad al Señor, tierra entera.

Aclamad al Señor, tierra entera;
tocad en honor de su nombre,
cantad himnos a su gloria.
Decid a Dios: «¡Qué temibles son tus obras!».

Aclamad al Señor, tierra entera.

Que se postre ante ti la tierra entera,
que toquen en tu honor,
que toquen para tu nombre.
Venid a ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en favor de los hombres.

 

Aclamad al Señor, tierra entera.

Transformó el mar en tierra firme,
a pie atravesaron el río.
Alegrémonos en él,
que con su poder gobierna eternamente.

 

Aclamad al Señor, tierra entera.

Los que teméis a Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho conmigo.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica,
ni me retiró su favor.

Aclamad al Señor, tierra entera.
 

 

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta de san Pablo a los Gálatas (6,14-18):

Hermanos:

 

Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo.
 

Pues lo que cuenta no es la circuncisión ni la incircuncisión, sino la nueva criatura.
La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma; también sobre el Israel de Dios.

 

En adelante, que nadie me moleste, pues yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu, hermanos. Amén.

Palabra de Dios.

 

EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,1-12.17-20)

En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía:

«La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.

¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino.

Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.

Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa.

Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles:

“El reino de Dios ha llegado a vosotros”.

Pero si entráis en una ciudad y no os reciben, saliendo a sus plazas, decid: “Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado”.

Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad».
Los setenta y dos volvieron con alegría diciendo:

«Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre».

Él les dijo:

«Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo».

Palabra del Señor.

 

HOMILÍA

En su audiencia del 27 de septiembre de 2006, el papa Benedicto XVI nos compartió estos datos sobre Santo Tomás:

Queridos hermanos y hermanas:

Prosiguiendo nuestros encuentros con los doce Apóstoles elegidos directamente por Jesús, hoy dedicamos nuestra atención a Tomás. Siempre presente en las cuatro listas del Nuevo Testamento, es presentado en los tres primeros evangelios junto a Mateo (cf. Mt 10, 3; Mc 3, 18; Lc 6, 15), mientras que en los Hechos de los Apóstoles aparece junto a Felipe (cf. Hch 1, 13). Su nombre deriva de una raíz hebrea, «ta’am», que significa «mellizo». De hecho, el evangelio de san Juan lo llama a veces con el apodo de «Dídimo» (cf. Jn 11, 16; 20, 24; 21, 2), que en griego quiere decir precisamente «mellizo». No se conoce el motivo de este apelativo.

El cuarto evangelio, sobre todo, nos ofrece algunos rasgos significativos de su personalidad. El primero es la exhortación que hizo a los demás apóstoles cuando Jesús, en un momento crítico de su vida, decidió ir a Betania para resucitar a Lázaro, acercándose así de manera peligrosa a Jerusalén (cf. Mc 10, 32). En esa ocasión Tomás dijo a sus condiscípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él» (Jn 11, 16). Esta determinación para seguir al Maestro es verdaderamente ejemplar y nos da una lección valiosa: revela la total disponibilidad a seguir a Jesús hasta identificar su propia suerte con la de él y querer compartir con él la prueba suprema de la muerte.

En efecto, lo más importante es no alejarse nunca de Jesús. Por otra parte, cuando los evangelios utilizan el verbo «seguir», quieren dar a entender que adonde se dirige él tiene que ir también su discípulo. De este modo, la vida cristiana se define como una vida con Jesucristo, una vida que hay que pasar juntamente con él. San Pablo escribe algo parecido cuando tranquiliza a los cristianos de Corinto con estas palabras: «En vida y muerte estáis unidos en mi corazón» (2 Co 7, 3).

Obviamente, la relación que existe entre el Apóstol y sus cristianos es la misma que tiene que existir entre los cristianos y Jesús: morir juntos, vivir juntos, estar en su corazón como él está en el nuestro.

Una segunda intervención de Tomás se registra en la última Cena. En aquella ocasión, Jesús, prediciendo su muerte inminente, anuncia que irá a preparar un lugar para los discípulos a fin de que también ellos estén donde él se encuentre; y especifica: «Y adonde yo voy sabéis el camino» (Jn 14, 4). Entonces Tomás interviene diciendo: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» (Jn 14, 5). En realidad, al decir esto se sitúa en un nivel de comprensión más bien bajo; pero esas palabras ofrecen a Jesús la ocasión para pronunciar la célebre definición: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6).

Por tanto, es en primer lugar a Tomás a quien se hace esta revelación, pero vale para todos nosotros y para todos los tiempos. Cada vez que escuchamos o leemos estas palabras, podemos ponernos con el pensamiento junto a Tomás e imaginar que el Señor también habla con nosotros como habló con él. Al mismo tiempo, su pregunta también nos da el derecho, por decirlo así, de pedir aclaraciones a Jesús. Con frecuencia no lo comprendemos. Debemos tener el valor de decirle: no te entiendo, Señor, escúchame, ayúdame a comprender. De este modo, con esta sinceridad, que es el modo auténtico de orar, de hablar con Jesús, manifestamos nuestra escasa capacidad para comprender, pero al mismo tiempo asumimos la actitud de confianza de quien espera luz y fuerza de quien puede darlas.

Luego, es muy conocida, incluso es proverbial, la escena de la incredulidad de Tomás, que tuvo lugar ocho días después de la Pascua. En un primer momento, no había creído que Jesús se había aparecido en su ausencia, y había dicho: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré» (Jn 20, 25). En el fondo, estas palabras ponen de manifiesto la convicción de que a Jesús ya no se le debe reconocer por el rostro, sino más bien por las llagas. Tomás considera que los signos distintivos de la identidad de Jesús son ahora sobre todo las llagas, en las que se revela hasta qué punto nos ha amado. En esto el apóstol no se equivoca.

Como sabemos, ocho días después, Jesús vuelve a aparecerse a sus discípulos y en esta ocasión Tomás está presente. Y Jesús lo interpela: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente» (Jn 20, 27). Tomás reacciona con la profesión de fe más espléndida del Nuevo Testamento: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20, 28). A este respecto, san Agustín comenta: Tomás «veía y tocaba al hombre, pero confesaba su fe en Dios, a quien ni veía ni tocaba. Pero lo que veía y tocaba lo llevaba a creer en lo que hasta entonces había dudado» (In Iohann. 121, 5). El evangelista prosigue con una última frase de Jesús dirigida a Tomás: «Porque me has visto has creído. Bienaventurados los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29).

Esta frase puede ponerse también en presente: «Bienaventurados los que no ven y creen». En todo caso, Jesús enuncia aquí un principio fundamental para los cristianos que vendrán después de Tomás, es decir, para todos nosotros. Es interesante observar cómo otro Tomás, el gran teólogo medieval de Aquino, une esta bienaventuranza con otra referida por san Lucas que parece opuesta: «Bienaventurados los ojos que ven lo que veis» (Lc 10, 23). Pero el Aquinate comenta: «Tiene mucho más mérito quien cree sin ver que quien cree viendo» (In Johann. XX, lectio VI, § 2566).

En efecto, la carta a los hebreos, recordando toda la serie de los antiguos patriarcas bíblicos, que creyeron en Dios sin ver el cumplimiento de sus promesas, define la fe como «garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven» (Hb 11, 1). El caso del apóstol Tomás es importante para nosotros al menos por tres motivos: primero, porque nos conforta en nuestras inseguridades; en segundo lugar, porque nos demuestra que toda duda puede tener un final luminoso más allá de toda incertidumbre; y, por último, porque las palabras que le dirigió Jesús nos recuerdan el auténtico sentido de la fe madura y nos alientan a continuar, a pesar de las dificultades, por el camino de fidelidad a él.

El cuarto evangelio nos ha conservado una última referencia a Tomás, al presentarlo como testigo del Resucitado en el momento sucesivo de la pesca milagrosa en el lago de Tiberíades (cf. Jn 21, 2). En esa ocasión, es mencionado incluso inmediatamente después de Simón Pedro: signo evidente de la notable importancia de que gozaba en el ámbito de las primeras comunidades cristianas. De hecho, en su nombre fueron escritos después los Hechos y el Evangelio de Tomás, ambos apócrifos, pero en cualquier caso importantes para el estudio de los orígenes cristianos.

Recordemos, por último, que según una antigua tradición Tomás evangelizó primero Siria y Persia (así lo dice ya Orígenes, según refiere Eusebio de Cesarea, Hist. eccl. 3, 1), luego se dirigió hasta el oeste de la India (cf. Hechos de Tomás 1-2 y 17 ss), desde donde llegó también al sur de la India. Con esta perspectiva misionera terminamos nuestra reflexión.

 

ORACIÓN DE LOS FIELES

En la fiesta del apóstol santo Tomás, presentemos al Padre del cielo nuestra oración por las necesidades de la Iglesia y del mundo entero.

  1. Por la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, edificado sobre la fe de los apóstoles; para que viva en plenitud la misión que se le ha encomendado y predique el evangelio hasta los confines de la tierra. Roguemos al Señor.
  2. Por las vocaciones al ministerio sacerdotal; para que nunca falten sacerdotes que transmitan fielmente las enseñanzas que nos dejaron los apóstoles. Roguemos al Señor.
  3. Por los gobernantes de los pueblos y países que gozan de prosperidad material; para que aprendan a compartir sin egoísmo los bienes que han recibido de Dios. Roguemos al Señor.
  4. Por los que sienten vacilar su fe, por los que se han apartado de ella y por los que viven en la indiferencia; para que la intercesión de santo Tomás les obtenga convicciones profundas y una experiencia del amor de Dios que los haga retornar a Él. Roguemos al Señor.
  5. Por los que comulgamos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo y nos llamamos discípulos suyos; para que seamos ante los hombres auténticos testigos de nuestra fe. Roguemos al Señor.

 

EXHORTACIÓN FINAL

Señor y Dios de bondad, que nos das tu Espíritu Santo para ayudarnos en nuestro peregrinar hacia Ti; escucha las oraciones que te presentamos en la fiesta de santo Tomás, apóstol, y concédenos vivir con espíritu de fe todos los acontecimientos de nuestra vida. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Amén.

 

BENDICIÓN SOLEMNE

Dios todopoderoso,

que los estableció sobre el fundamento apostólico los bendiga

por la intercesión del apóstol Santo Tomás.

R/. Amén.

 

Él, que quiso instruirlos

con la doctrina y los ejemplos de los apóstoles,

los ayude a ser ante todos los hombres

testigos de la verdad.

R/. Amén.

 

Que la intercesión de los santos apóstoles,

que los instruyeron en la sólida doctrina de la fe,

os permita a todos vosotros, alcanzar la herencia eterna.

R/. Amén.

 

Y la bendición de Dios todopoderoso,

del Padre, del Hijo † y del Espíritu Santo,

descienda sobre vosotros y permanezca para siempre.

R/. Amén.