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TERCER DOMINGO DE CUARESMA – CICLO A (MARZO 12 DE 2023)

MONICIÓN DE ENTRADA

Queridos hermanos, tengan todos muy buenos días (tardes, noches). Les damos una cordial bienvenida a la casa de Dios para celebrar la santa misa en el tercer domingo de Cuaresma.

La Palabra de Dios es la que mejor nos va guiando en nuestro camino cuaresmal-pascual. Hoy, en un claro contenido bautismal, nos hablará de la sed y del agua.

Dejemos que Dios sacie nuestra sed y comencemos esta misa con el canto de entrada. De pie, por favor.

 

MONICIÓN PARA TODAS LAS LECTURAS

Las lecturas de hoy estén centradas en el simbolismo del agua. El Señor hace brotar agua de una roca, según la primera lectura. El evangelio de Juan se atreve a afirmar que el verdadero “don de Dios” es el agua viva del Espíritu que Jesús da a quien se la pide. Y Pablo habla del amor que Dios “derrama” sobre el corazón de los creyentes, siempre que, como nos advierte el salmo, no sea un corazón endurecido. No endurezcamos nuestros corazones y escuchemos atentos esta Palabra.

 

PRIMERA LECTURA

Lectura del libro del Éxodo 17, 3-7

En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés:

«¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?».

Clamó Moisés al Señor y dijo:

«¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen».

Respondió el Señor a Moisés:

«Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo».

Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Masá y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo:

«¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?».

 

Palabra de Dios.

 

SALMO RESPONSORIAL

Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras».

Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».

 

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 5, 1-2. 5-8

Hermanos:

Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo.

Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios.

Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

En efecto, cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atreviera uno a morir; más la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

Palabra de Dios

 

EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Juan 4, 5-42

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob.

Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial.

Era alrededor del mediodía.

Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice:

«Dame de beber».

Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.

La samaritana le dice:

«¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?».

Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.

Jesús le contestó:

«Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva».

La mujer le dice:

«Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?».

Jesús le contestó:

«El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna».

La mujer le dice:

«Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla».

Él le dice:

«Anda, llama a tu marido y vuelve».

La mujer le contesta:

«No tengo marido».

Jesús le dice:

«Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad».

La mujer le dice:

«Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén».

Jesús le dice:

«Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.

Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad».

La mujer le dice:

«Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo».

Jesús le dice:

«Soy yo, el que habla contigo».

En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: «¿Qué le preguntas o de qué le hablas?».

La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente:

«Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste el Mesías?».

Salieron del pueblo y se pusieron en camino a donde estaba él.

Mientras tanto sus discípulos le insistían:

«Maestro, come».

Él les dijo:

«Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis».

Los discípulos comentaban entre ellos:

«¿Le habrá traído alguien de comer?».

Jesús les dice:

«Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra.

¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador.

Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros recogéis el fruto de sus sudores».

En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: «Me ha dicho todo lo que he hecho».

Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer:

«Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo».

Palabra del Señor.

 

HOMILIA

“Dios se muestra paciente”

El texto del Éxodo nos muestra cómo el pueblo judío clama contra Moisés porque no tiene agua en su travesía por el desierto. Y, como en otras ocasiones, añora su vida en Egipto, con comida y bebida, aunque no fueran libres. Dios se muestra paciente, una vez más diciéndole a Moisés: “golpearás la peña y saldrá de ella agua para que beba el pueblo”. Las quejas del pueblo en el desierto muestran sus carencias: desconfianza, necesidad de Dios… ¿Y hoy, en mí, ¿cuáles son mis carencias?

En el evangelio, la samaritana recuerda que el patriarca Jacob les regaló un pozo espléndido, del que se podía seguir sacando agua después de tantos siglos; no obstante, Jesús promete un manantial que dura eternamente.

El agua de Jesús sacia una sed muy distinta, brota de Él y se transforma en fuente viva. Es interesante ver cómo el encuentro de Jesús con la Samaritana rompe estereotipos y esquemas. En primer lugar, religiosos, porque los judíos y los samaritanos no se trataban, ya que los primeros consideraban a los otros como paganos, o alejados de Dios. Y en segundo lugar rompe esquemas de género, ya que una mujer de aquella época no debía hablar con un hombre en un lugar público. Pero a Jesús lo que le importa es acercar a aquella mujer a Dios.

Jesús hace que la samaritana pueda mirarse en su interior y profundizar en su vida. Cuando la Samaritana lo hace descubre una sed mayor, la sed de Dios, y pide el Agua Viva que calme esa sed. Jesús se la da. Y la Samaritana pasa a ser una audaz misionera que da testimonio de lo que el Mesías ha hecho con ella. Aquel testimonio de aquella mujer y la predicación posterior de Jesús hacen posible que muchos más crean y se acerquen a Dios en aquellos dos días que Jesús pasó con aquella gente.

Hoy día también nosotros podemos cometer el error de querer saciar nuestra sed en manantiales equivocados: en el dinero, en el éxito, en los puestos, etc. ¡Qué podamos tener ese encuentro con Jesús, fuente de agua viva para que, al igual que la samaritana, jamás tengamos sed!

 

ORACIÓN DE LOS FIELES

Queridos hermanos, presentemos ahora a Dios, fuente de agua viva, todas nuestras peticiones, diciendo juntos:

Señor, escúchanos y sacia nuestra sed.

  1.  Por todos los que formamos parte de nuestra Santa Iglesia, para que se despierte en nosotros, como en la mujer samaritana, la sed de Dios y de profundizar en la fe. Oremos. 
  2. Por el Papa, obispos y sacerdotes, para que el Espíritu Santo les siga nutriendo su fe, para guiar a la Iglesia aún en los momentos más conflictivos de su historia. Oremos.
  3. Por los que no conocen el don de Dios y buscan saciar su sed en otras fuentes, para que descubran el surtidor de agua viva, que salta hasta la vida eterna. Oremos. 
  4. Por los gobernantes de las naciones, especialmente los de nuestro país, para que sepan administrar con sabiduría los bienes del Estado y busquen satisfacer las necesidades básicas de nuestros pueblos. Oremos.
  5. Para que el hambre y la sed de quienes carecen de lo necesario para el sustento diario, sea suplido por quienes han recibido de Dios abundancia material y encuentren en Dios la felicidad que necesitan. Oremos.
  6. Por los que estamos reunidos hoy en torno al altar, para que, conociendo más y mejor el don de Dios en la persona de Cristo, aprendamos a ver la vida de un modo nuevo y nos encaminemos firmemente a la Pascua definitiva. Oremos.

 

EXHORTACIÓN FINAL

Señor, Dios nuestro, que por medio de tu Hijo diste a la samaritana el agua de la vida, atiende nuestro clamor y derrama sobre nosotros el agua de tu Espíritu. Por Jesucristo nuestro Señor.

Amén.